martes, 30 de septiembre de 2008

¿Se trata de niños enfermizos?

A causa de la deficiencia de su sistema inmunológico, muchos niños con SD, en los primeros años de su vida, son susceptibles de sufrir frecuentes infecciones, sobre todo en los aparatos respiratorio y digestivo. Esta susceptibilidad disminuye a medida que crecen, de forma que, después de los cinco años de edad aproximadamente, la mayoría tienen, poco más o menos, las mismas enfermedades infecciosas que los demás niños.






Aparato Respiratorio

El conducto nasal de los niños con SD suele ser pequeño y, por lo tanto, es fácil que se obture. En consecuencia, el niño comenzará a respirar por la boca, lo cual, además de ayudar a que mantenga la lengua medio salida y seca, hace que se incremente el riesgo de infecciones. Aunque éstas son imprevisibles e inevitables, como medida preventiva básica se intentará, lo máximo posible, que las vías respiratorias altas estén limpias a fin de que el niño respire bien por la nariz. La administración de las fosas nasales puede ayudar mucho, siempre que sea el pediatra quien lo prescriba en cada caso.
Además, en algunas zonas secas y en invierno es aconsejable controlar la humedad del ambiente mediante humidificadores que se pueden instalar en el hogar.
Otro factor que puede favorecer las dificultades respiratorias es el tamaño relativamente grande de las amígdalas y las vegetaciones adenoideas (carnosidades). Algunas consecuencias visibles de este problema son la respiración ruidosa y los trastornos del sueño (el niño se despierta a menudo y con sobresaltos). En este caso, los padres consultarán al especialista para valorar la necesidad de una intervención quirúrgica para extirparlas. La cirugía puede mejorar estos síntomas, pero existen complicaciones y contradicciones; además, se debe tener presente que estos síntomas disminuyen con la edad.


Aparato Digestivo.

Muchos recién nacidos con SD suelen tener pequeños vómitos después de tomar el alimento. En la mayoría de casos, estos vómitos se deben a la inmadurez de los músculos del estómago y, por eso, a medida que éstos se vayan fortaleciendo, los vómitos disminuirán. Prácticamente desaparecen cuando el niño alcanza los seis meses de vida, aunque pueden prolongarse hasta los dos años.

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